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Gustavo Páez
Profesor y Decano FAU UNLP
La Reforma Universitaria nació de una premisa ineludible: sin el rol protagónico del estudiante, toda transformación genuina es una contradicción en sí misma. Sin embargo, en el actual sistema universitario, somos testigos de cómo diversas acciones y normativas acotan la valoración del estudiante como centro de la vida universitaria, vulnerando los mismos conceptos que forjaron esa gesta histórica.
Aquel movimiento no solo cambió las posibilidades de la Universidad en términos de oportunidades y mejoras continuas, sino que fundamentalmente redefinió el lugar del estudiante como agente activo y transformador.
Otro concepto central de la Reforma fue la periodicidad de las cátedras y los concursos. Esta medida buscaba erradicar el “feudalismo” académico y asegurar la excelencia, promoviendo que los cargos docentes fueran concursados periódicamente, basándose en la idoneidad.
“El Manifiesto rompió con la lógica del estudiante como mero receptor pasivo de conocimientos”
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La erosión del rol estudiantil no solo afecta su participación, sino que también interpela la calidad de la enseñanza y la capacidad de quienes desarrollan el proceso de enseñanza-aprendizaje de encontrar una coherencia con aquel concepto reformista.
La reciente decisión de la Corte Suprema de Justicia, que declaró ilegítima la inclusión de estudiantes y egresados en los jurados de concursos universitarios, es un claro ejemplo de esta regresión.
La Corte fundamentó su fallo en la Ley de Educación Superior (LES), la cual exige una composición de jurados con “profesores por concurso, o excepcionalmente por personas de idoneidad indiscutible... que garanticen la mayor imparcialidad y el máximo rigor académico”. De igual modo, citó el Convenio Colectivo de Docentes de las Universidades Nacionales (CCT), homologado por el Decreto 1246/2015, que prevé reglas similares.
Esta acción judicial expone una nueva realidad, donde se expresan posiciones ideológicas distintas a las de la Reforma Universitaria.
El “Manifiesto Liminar” fue categórico al romper con la lógica del estudiante como mero receptor pasivo de conocimientos. Los transformó en agentes de cambio, capaces de cuestionar el statu quo. El manifiesto enfatiza que la juventud es “desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo de contaminarse. No se equivoca en la elección de sus propios maestros”. Esto consagra la libertad de cada estudiante para elegir a sus profesores y directores, sin imposiciones ni influencias externas, vinculándose directamente con la libertad de cátedra.
En suma, el Manifiesto Liminar elevó al estudiante de “alumno” a sujeto político y social, con derecho a voz y voto en la dirección de la institución, asumiendo una responsabilidad activa en la construcción de una universidad más justa y relevante para la sociedad. Sentó principios fundacionales para una universidad democrática, autónoma, crítica y socialmente comprometida, con énfasis en la libertad académica y la renovación.
En el complejo contexto actual del sistema universitario argentino, es imperativo definir su importancia y sus reglas de funcionamiento, donde resulta determinante ser explícitos en el rol del estudiante como centro y en la calidad académica como eje innegociable del desarrollo universitario.
De lo contrario, corremos el riesgo de desvirtuar el legado reformista y relegar al estudiante a una posición de mero espectador en su propia formación.
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