Cuando Raymond Carver agigantó el abismo entre lo que se dice y se siente

Con un lenguaje despojado y cotidiano, el autor redefine el cuento norteamericano y ofrece una mirada cruda del amor

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Raymond Carver escribe como quien susurra en una habitación en penumbras. “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, publicado en 1981, es un libro donde el drama no estalla, sino que se insinúa.

Los cuentos son una habitación cerrada donde algo falta: un gesto, una palabra, una respuesta. El autor, considerado uno de los máximos exponentes del llamado “realismo sucio” norteamericano, construye un universo literario con los elementos más mínimos: matrimonios deteriorados, vasos de ginebra, cocinas silenciosas, habitaciones donde los personajes se sientan a no saber qué hacer con sus vidas.

El título del libro ya es una pista de lo que vamos a encontrar: más que definiciones, preguntas. ¿Qué es el amor cuando se ha apagado el deseo? ¿Qué queda del amor cuando la rutina devora la ternura? ¿Cómo nombrar el amor cuando se lo ha maltratado, confundido, perdido? Carver no responde, muestra. Y en ese mostrar sin juzgar está su potencia.

La escena más famosa del volumen -la que le da nombre al libro- transcurre en una cocina donde dos parejas conversan mientras beben. El ginecólogo Mel McGinnis sostiene que el amor verdadero es el que lo llevó a un anciano a sentarse junto a su esposa, ambos gravemente heridos, solo para poder verla. Pero lo que ocurre en ese diálogo, y en lo que no se dice, es más revelador: todos están desconectados, solos, a pesar del intento de comprensión.

 

Carver escribe sobre gente común: empleados, amas de casa, alcohólicos, divorciados, vecinos

 

Carver escribe sobre gente común: empleados, amas de casa, alcohólicos, divorciados, vecinos con deudas. Sus cuentos son piezas breves donde los conflictos se insinúan en una línea de diálogo, en un silencio incómodo, en una botella vacía.

La fuerza de Carver reside en lo que deja afuera. Su estilo, heredero de Hemingway pero aún más austero, confía en la inteligencia emocional del lector. No hay descripciones innecesarias, no hay adornos. Pero ese minimalismo no es pobreza: es precisión. Cada palabra está puesta con una economía que corta como un bisturí. Es lo que logra que los cuentos, aun cuando no ocurre nada “grande”, produzcan una conmoción silenciosa.

Además, Carver se desmarca de cualquier intento de sentimentalismo. Su mirada sobre el amor es dura, casi desesperanzada. Pero no es cínica. Hay, en el fondo, una búsqueda genuina: la necesidad de entender por qué seguimos queriendo, incluso cuando el amor no alcanza, incluso cuando ya no sabemos cómo nombrarlo. En ese sentido, el libro no es una teoría del amor, sino una cartografía de sus ruinas. Y también —aunque duela itirlo— de su persistencia.

Leídos hoy, los cuentos de “De qué hablamos cuando hablamos de amor” conservan intacta su fuerza. En un mundo que multiplica las formas de nombrar las emociones pero cada vez entiende menos cómo habitarlas, Carver sigue funcionando como un espejo incómodo. Nos devuelve nuestras conversaciones vacías, nuestros intentos fallidos, nuestras buenas intenciones mal ejecutadas. Y sin embargo, no deja de haber belleza en esa incomodidad. Porque, como el propio Carver decía, los cuentos tienen que ver con la vida. Y la vida, en sus mejores y peores momentos, siempre está hablando de amor, aunque no sepamos cómo.

De qué hablamos cuando hablamos de amor
RAYMOND CARVER
Editorial: Anagrama
Páginas: 160
Precio: $16.200
Raymond Carver
De qué hablamos cuando hablamos de amor

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