

Leila Guerriero / Web
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Es un libro que invita a volver, a releer, a buscar refugio en medio del caos. Cada columna es una especie de epifanía privada, un pequeño temblor
Leila Guerriero / Web
En tiempos de sobredosis informativa, donde el vértigo de los titulares aplasta la pausa y el pensamiento, hay autores que siguen eligiendo el murmullo sobre el grito, la introspección sobre el exhibicionismo, la mirada minuciosa por encima del dictamen urgente. En esa trinchera de palabras medidas y emociones dosificadas habita Leila Guerriero, periodista y escritora argentina que ha convertido la observación del detalle y la exploración de lo íntimo en un oficio de precisión quirúrgica. Su libro Teoría de la gravedad, publicado en 2019 por la editorial Libros del Asteroide, es una muestra cabal de ese talento para iluminar lo invisible.
La obra compila una selección de columnas que Guerriero escribió entre 2014 y 2019 para el diario El País de España. Pero lo que podría ser un ejercicio rutinario de opinión semanal se transforma, en sus manos, en un acto literario: fragmentos de memoria, estampas del mundo emocional, textos breves y densos que convocan al lector a la pausa, a la lectura demorada, a la identificación sin sentimentalismos. En esas piezas, que oscilan entre lo autobiográfico y lo universal, Guerriero demuestra que las emociones no necesitan gritar para ser profundas. Habla del amor y la pérdida, del miedo y el deseo, de la infancia y la muerte, sin solemnidad ni eufemismos, pero también sin la grosera intención de impresionar.
A diferencia de sus libros más ligados al periodismo narrativo de largo aliento —como Los suicidas del fin del mundo o Frutos extraños— Teoría de la gravedad es una incursión deliberada en un registro más íntimo, casi poético. La primera persona es el punto de partida y también el vehículo, pero nunca el destino. Guerriero no escribe sobre sí misma, sino a partir de sí misma. El yo no es confesión, es instrumento. En ese sentido, Pedro Mairal, quien prologa el libro, lo resume con claridad: “Guerriero arma estructuras verbales que tienen algo de poema, algo de viñeta, algo de oración. Y que golpean, como la mejor literatura”.
La voz que emerge en estos textos es una voz que duda, que se incomoda, que se permite la ambigüedad. No hay fórmulas ni conclusiones cerradas. Hay preguntas lanzadas al vacío, hay pensamientos que se abisman, hay silencios que también hablan. Guerriero sabe que en un mundo saturado de certezas impostadas, la duda bien formulada tiene más valor que la respuesta rápida. Y entonces, escribe con la gravedad de quien sabe que cada palabra pesa, que cada frase es una apuesta.
En Teoría de la gravedad aparecen también ecos de otras voces, otras mujeres, otras escrituras. Guerriero convoca a poetas como Sylvia Plath, Idea Vilariño, Louise Glück o William Butler Yeats. No las cita como adorno, sino como resonancia, como contrapeso emocional, como partitura complementaria. Esas referencias no son una pose intelectual, sino parte del mismo tejido que conforma el tono confesional y literario del libro.
Lejos de cualquier impostura terapéutica, la escritura de Guerriero propone una forma de estar en el mundo: observar, registrar, nombrar. Incluso lo más nimio —un gesto en la calle, una conversación trivial, una postal del pasado— puede cobrar sentido si se lo mira con atención y se lo traduce con justeza.
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