

Hombres y mujeres tienen causas y propósitos distintos para prolongar sus vidas / Freepik
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No solo se trata del miedo a morir. Aún existen personas que tienen cosas por decir, por hacer, por amar. Lo que mantiene vívido el deseo de existir...
Hombres y mujeres tienen causas y propósitos distintos para prolongar sus vidas / Freepik
“Tener tantos proyectos es lo único que te ayuda a transitar la vida con todos sus problemas. Los proyectos, las ilusiones, no tener rencores, el afecto, tener amigos, amigos verdaderos. Eso es lo mejor que nos puede suceder. Todo lo demás es bastante pasajero”, aseguraba Élida Salomé Carpenzano, una vecina de La Plata que hace poco menos de un año cumplía 100 años. Como ella, existen otros tantos casos de mujeres y hombres platenses que buscan llegar a edades avanzadas con salud. A lo que muchos llaman “vivir más y mejor”, no es para nada fácil conseguirlo y, por eso, las historias sobre por qué y para qué buscar prolongar el camino por este mundo son tan atrapantes. Casi como buscando una receta en cada historia, lo que importa es comprender el fin último...
Por décadas, la humanidad ha estado obsesionada con prolongar su existencia, con estirar el tiempo como si fuera una sábana corta que apenas alcanza a cubrir los días. La ciencia ha buscado el secreto de la longevidad en laboratorios, genes y dietas milagrosas, pero lo cierto es que detrás del deseo de vivir más tiempo hay razones profundamente humanas que trascienden lo biológico. En ese anhelo conviven miedos, vínculos, sentido del deber, legados, emociones y también una lucha sorda por conservar la autonomía y la dignidad en un mundo que, muchas veces, se olvida de sus mayores. Hombres y mujeres, por caminos distintos y a velocidades dispares, se lanzan hacia la meta de una vida más larga no solo para ganarle tiempo al final, sino para volver significativo cada minuto ganado.
La ciencia ha buscado el secreto de la longevidad en laboratorios, genes y dietas milagrosas
“Descubrí de chica que quería dibujar. En mi casa de Chascomús querían que fuera pianista porque me encantan la música y los pianistas, pero yo quería pintar. Y fui haciendo un gran esfuerzo desde chica, plantándome en la tierra para hacer lo que a mí siempre me gustó, y diciéndome otra vez, adelante, siempre adelante’. Por eso he llegado a ser lo que soy hoy, que no soy la maravilla, pero he cumplido bastante lo que he deseado. Dios me lo ha permitido”, confió hace algunos meses Elena Sommi, una platense por adopción que cumplió 100 años en febrero.
Las mujeres, según múltiples investigaciones, llevan la delantera. No se trata solamente de una ventaja hormonal o genética, aunque también pesan los estrógenos y ese doble cromosoma X que ofrece una especie de respaldo biológico frente a enfermedades y fallas celulares. Tampoco se puede ignorar que ellas, desde niñas, son socializadas en el autocuidado, en la búsqueda de ayuda, en hablar lo que les pasa. Esto contrasta con generaciones de varones a quienes se les enseñó que ir al médico era signo de debilidad, que expresar una tristeza era poco viril y que jubilarse podía significar perder el sentido mismo de su identidad. Así, no sorprende que la longevidad femenina supere a la masculina en prácticamente todas las regiones del mundo, especialmente en aquellas donde las mujeres han accedido a mejores condiciones sanitarias y educativas.
Pero vivir más no siempre es sinónimo de vivir mejor, y eso lo saben tanto hombres como mujeres cuando se asoman a la vejez con lucidez. El objetivo no está solamente en esquivar la muerte, sino en garantizar una existencia plena, libre de dolor evitable, con vínculos sostenidos y proyectos que le den sentido al día siguiente. Esa es, quizás, la razón más poderosa por la cual se busca prolongar la vida: para poder seguir siendo parte. Parte de una familia, de una comunidad, de una historia. Para ver crecer a los nietos, para terminar ese libro pendiente, para reencontrarse con un viejo amor o simplemente para seguir caminando por la plaza del barrio. La longevidad no es un capricho; es una forma de resistir al olvido y al descarte.
La búsqueda de sentido se vuelve urgente cuando el cuerpo empieza a doler
En esta carrera, los motivos también se entrelazan con los legados. Hay quienes desean vivir más para dejar un testimonio, un aprendizaje, una empresa, una obra. Otros, simplemente, para acompañar, para ser útiles, para seguir ayudando a quienes aman. La búsqueda de sentido se vuelve urgente cuando el cuerpo empieza a doler, cuando los contemporáneos parten, cuando las noticias ya no hablan del propio mundo. Pero esa urgencia puede convertirse en combustible vital si se la abraza con ternura y voluntad. De allí que los estudios coincidan en que las personas con redes afectivas sólidas, con intereses intelectuales activos y con participación comunitaria, tienen más chances de llegar a edades avanzadas con bienestar.
Los hombres, que durante siglos han sido definidos por su productividad, enfrentan desafíos particulares al llegar a la vejez. En una sociedad que muchas veces mide el valor de un varón por su trabajo o su capacidad física, retirarse o enfermarse puede significar un golpe a la autoestima difícil de sobrellevar. Por eso, iniciativas que promueven el envejecimiento activo y el rediseño de las masculinidades —más allá del mandato de la fortaleza permanente— son claves si se pretende una longevidad con calidad para todos. Porque no se trata solo de sumar años, sino de restar soledad, de multiplicar el tiempo compartido y de dividir mejor las cargas emocionales que tantas veces los varones han callado.
Las mujeres llevan la delantera en la longevidad / Freepik
Hombres y mujeres tienen causas y propósitos distintos para prolongar sus vidas / Freepik
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