La envidia, esa flor oscura que creció afuera del paraíso terrenal

Escritores y psicólogos dicen que la envidia es acaso la pasión más inconfesable en el ser humano. Aseguran que una persona puede llegar a confesar que es ladrona, narcotraficante, homicida o estafadora, pero que nunca reconocerá que es envidiosa. Envidia viene del latín “invidia” y, ésta, de “invidere”, un verbo que significa “mirar con malos ojos, con hostilidad”. Y ese, invidia, ese era también el nombre de la diosa que personificaba la venganza y los celos.

El trago amargo de la envidia nació con la creación del mundo. En el sexto día relatado por la Biblia en el Génesis, Dios creó al hombre y a la mujer. Y el primer homicidio en la historia de la humanidad debutaría poco después, de los hijos varones de Adan y Eva, ya expulsados del Paraíso.

El asesinato inaugural entre humanos no tuvo otra motivación que no fuera la envidia. Caín mató a Abel por resentimiento hacia su hermano, cuando Dios le rechazó una ofrenda y aceptó la de Abel.

Y después de haber creado los cielos, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, Dios descansó el séptimo día. Pero la envidia, esa antigua habitante, resolvió no descansar desde entonces y el cristianismo tuvo que incorporarla a los siete pecados capitales de la existencia.

La envidia reptó desde entonces sobre la gastada tierra. Es poderosa, es un factor que gravita y decide, pero que casi nadie menciona. Lo primero que borra el poseído por ella son los rastros de su envidia. Y aunque es minoritaria también existe la envidia sana, la del que sólo quiere imitar a alguien que es superior a él. Pero sí, la sana envidia es bien minoritaria.

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“La envidia es la íntima gangrena de la vida española”, afirmaba Miguel de Unamuno

Se trata de un tema lóbrego, antipático y, sin embargo, en la que hoy parece una superficial sociedad argentina, esta pasión soterrada de pronto amaneció contenida en una rutilante serie de Netflix creada por Adrián Suar, en una comedia que hace sonreír y que promete una nueva temporada para el próximo verano.

ENVIDIOSA

Se habla, claro, de “Envidiosa”, la serie argentina de Netflix que viene causando furor desde su entreno en las pantallas en 2024. La serie expone con maestría la envidia machacona, reiterada, casi invalidante y, a la vez, autocrítica de una mujer cuarentona que no puede escapar de una visión absolutamente pesimista.

Sin embargo, se trata de una versión descontracturada, plagada de modernidad y de gags chaplinescos, de una refinada burla de la “Envidiosa” (la protagonista central) hacia la miserable pasión que la mantiene encerrada, que la hace fracasar en sucesivos romances y la lleva en camino hacia una soltería perpetua.

La serie está protagonizada por Griselda Siciliani, que cumple una soberbia actuación de malabarista sentimental, burlándose de sus amigas, de sus novios y, también, de ella misma. Ella no está casada, no tiene hijos, se siente un cero a la izquierda. Pero también da pelea.

“¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes!”, decía Don Quijote

La crisis existencial de esta mujer porteña y contemporánea cuenta con el respaldo de un excelente elenco conformado por actores conocidos como Esteban Lamothe, Pilar Gamboa, Martín Garabal y Violeta Urtizberea, entre otros.

Ella, la protagonista encarnada por Siciliani, expone a la envidia y la exhibe ya con total aceptación en sus diálogos con la psicóloga que la atiende. En realidad, el gran mérito de la obra –que es el de mostrar casi con alegría uno de los vicios humanos más denigrantes- le debiera corresponder a la autora del guión de “Envidiosa”, que es la escritora Carolina Aguirre, autora de muchas otras obras de ficción de la TV. Su texto es certero.

El escritor Miguel de Unamuno / Web

EN LA LITERATURA

Sería más fácil preguntarse qué gran escritor no habló sobre la envidia, sobre ese lado oscuro de la personalidad humana. “¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias”, le hizo decir Cervantes a su conturbado Don Quijote.

Shakespeare calificó a la envidia como “la enfermedad verde”. Francis Bacon dijo que la envidia “es el gusano roedor del mérito y de la gloria, por tanto, no tiene días feriados”. Horacio declaró que “los tiranos nunca han inventado un mayor tormento”. Maquiavelo convirtió a la envidia en un arma mortal de la política. Y otro gran explorador de la envidia, Miguel de Unamuno, en su novela Abel Sánchez, dijo cosas tremendas sobre la envidia en España. Ante todo, no la vio verde como Shakespeare. La vio amarilla y se dice que es porque la bilis es amarillenta, aunque también tiene tintes verdosos.

En España –lo dicen los propios españoles- prendió fuerte la envidia. El ácido don Francisco de Quevedo dijo a su vez: “La invidia está flaca porque muerde, y no come: sucédela lo que al perro que rabia. No hay cosa buena en que no hinque sus dientes y ninguna cosa buena la entra de los dientes adentro”.

La serie expone la envidia machacona, reiterada, casi invalidante

A Fray Luis de León, la Inquisición española lo envió a la cárcel, se dijo que por haber traducido el “Cantar de los Cantares” y por defender un texto hebreo de la Biblia. Pero él nunca dudó acerca del motivo por el cual fue detenido, que no era otra cosa que su talento y su libertad de conciencia.

Por eso, al ser liberado escribió su memorable Oda: “Aquí la envidia y mentira/ me tuvieron encerrado/ Dichoso el humilde estado/ del sabio que se retira/ de aqueste mundo malvado/ y con pobre mesa y casa/ en el campo deleitoso/ con solo Dios se compasa/ y a solas su vida pasa/ ni envidiado ni envidioso”.

Y para volver al ceñudo Unamuno, lo que dijo de la envidia en España –que fue muy fuerte y levantó polvaredas que duran hasta hoy- también le concierne a quienes viven en Hispanoamérica.

Unamuno dijo así: “La envidia es la íntima gangrena de la vida española” y después tiró el fardo completo hacia las colonias americanas de lo que él llamó el “Cainismo” (en alusión al primer crimen de la historia cometido por el resentido Caín). Y dijo lo siguiente, que esa pasión española y mortífera, después “se la transmitieron nuestros abuelos a los pueblos hispanoamericanos, y en ellos ha florecido creo que aún más que entre nosotros”.